Museo Antonio Rodríguez Luna

El Edificio

El museo Antonio Rodríguez Luna está situado en una de las plazas más céntricas de esta villa, en el Charco, muy cercano a la iglesia del Carmen de esta localidad. Se trata de una antigua edificación religiosa, la ermita de San Jacinto, pequeño inmueble barroco fechado según su portada en 1778.

En esta ermita se veneraba a la Virgen de la Misericordia y desde 1720 residía en ella la Cofradía del Santo Rosario de la Misericordia, que estaba dedicada a enterrar a los pobres.

El edificio presenta una portada realizada en piedra molinaza, que le aporta el color característico de esta villa. Se trata de una pequeña construcción barroca, de una sola nave, en la que destaca especialmente la cúpula que se levanta sobre lo que debía ser su cabecera. Es una cúpula de gallones, decorada con yeserías policromas. Sin duda alguna, es el mejor ejemplo en esta población del barroco yesero de la provincia.

Las yeserías tienen motivos vegetales perfilados en azul, rojo y dorado y están tanto en sus pechinas, como en nervios y en gallones. Las pechinas tienen en el centro una orla con un relieve pintado en los que se representan bustos, que pueden tratarse de los evangelistas; pero, por su disposición y número, es lógico pensar en esta iconografía.

En los gallones alternan pares de ángeles, sosteniendo unos medallones rojos con textos en dorado, que contienen alabanzas a la Virgen, con ventanas que en su parte superior tienen hojarasca y un ángel en su centro.

El resto de la ermita no tiene motivos decorativos; sólo en los pilares existen placas blancas, que moldean y decoran los capiteles y en las paredes a los lados de la cúpula dos marcos en yeso que enmarcaban lienzos.

Este inmueble fue adaptado para su actual uso museográfico por el hijo del artista, el arquitecto Daniel Rodríguez, a principios de los años ochenta, dividiéndolo en tres ambientes.

El primer espacio, situado a la derecha de la entrada, contiene cinco obras; el segundo, se encuentra enfrente de la puerta de acceso al museo y tiene cuatro; y, por último, el tercer espacio, a la izquierda de la portada, está ocupada por seis composiciones.

El pintor

Nace en Montoro, en 1910. Desde muy temprana edad pudo apreciarse su predisposición para las artes plásticas, en especial para el dibujo y la pintura. A los diez años partió hacia Sevilla para estudiar y allí se formó en la Escuela de Artes y Oficios y en el estudio del pintor Juan Lafita; alternando dichos estudios con el trabajo de pintor ceramista.

Pero parece que no encontró en esta ciudad estímulos suficientes a sus intereses artísticos, mucho más cercanos a la modernidad, que los que allí se vivían (Sevilla en aquel momento estaba más apegada al barroco y al costumbrismo, que a las corrientes que se desarrollaban en el resto del país). La revista “Grecia”, portavoz del Ultraísmo, que se editaba en Sevilla, era el único nexo de unión entre el pintor y el clima renovado que se desarrollaba en Madrid.

Unos años más tarde, en 1927, marcha a Madrid, en donde asistió como alumno a las clases que impartía Julio Romero de Torres en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando.

Antonio Rodríguez Luna conectó también con Daniel Vázquez Díaz, artista nacido en la provincia de Huelva, que influyó en diversas generaciones de pintores españoles, aunque no pudo asistir a sus clases.

En Madrid conoció a artistas como Darío de Regoyos, José Gutiérrez Solana, Francisco Iturrino, Valle y José Moreno Villa. Fue importante su contacto con la “Sociedad de Artistas Ibéricos”, con la cual incluso llegó a participar en algunas de sus exposiciones, como la celebrada entre 1932-1933 en Berlín, en la Galería Flenchtheim, a la que llevó dos paisajes y un dibujo.

Además mantuvo otros contactos como por ejemplo con el escultor Alberto Sánchez y el pintor Rafael Barradas. Es decir, tuvo muchos contactos con la modernidad que todavía quedaba en España, pues una gran cantidad de artistas había marchado a París. En aquellas fechas, según el propio Luna, su obra se basaba en “…una concepción abstracta de las formas y el color, extraía mis materiales de creación de los campos y cielos castellanos”, esto algunos lo definieron como realismo mágico, pues esta obra estaba todavía fuera de la inquietud social que luego invadiría todo un periodo de su vida artística. Mientras, él luchaba por hacerse con una personalidad plástica propia dentro de la vanguardia existente, fundamentalmente el Neocubismo liderado por Daniel Vázquez Díaz y el Surrealismo dirigido por Salvador Dalí. Ambos conceptos tamizados por su sensibilidad pasaron a engrosar su obra.

Siguiendo con su interés por la vanguardia expuso en el segundo “Salón de los Independientes” dos obras y posteriormente participó en la creación del “Grupo de Arte Constructivo” (1930), que había fundado el uruguayo Joaquín Torres García. Junto a estos dos artistas también intervinieron Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Francisco Mateos, José Moreno Villa, Alberto Sánchez y Julio González.

Ya inaugurada la Segunda República (1931) firmó con la “Asociación Gremial de Artistas Plásticos” de la que formaba parte, junto con Francisco Mateos, Emiliano Barral y Rafael Botí, el “Manifiesto dirigido a la opinión y los poderes públicos”, que fue publicado en el diario “La Tierra”. Se trataba de un manifiesto en defensa de la renovación de las artes plásticas, pero esta iniciativa no tuvo apenas repercusión social o política. Este mismo año de 1931 el Museo de Arte Moderno de Madrid adquiere una de sus obras.

Rodríguez Luna participó en la primera mitad del mes de diciembre de 1933 en la “I Exposición de Arte Revolucionario” a la que llevó una serie de cuadros titulada “Maldiciones”. En ella colaboraron, entre otros, artistas como Alberto Sánchez, Isaías Díaz, Joseph Renau, Bartolozzi o Ángel López-Obrero.

En 1933 se traslada a vivir a Cataluña, donde impartía clases de dibujo en el Instituto de Bachillerato de Mataró (Barcelona). Se integra en el mundo plástico barcelonés con cierta facilidad, pues su obra despertó gran interés. Expone en la “Galería Catalonia”, dedicada a la vanguardia. Además es invitado a participar en la Bienal de Venecia del año 1934.

Sus preocupaciones sociales surgieron a partir de la revolución de octubre de Asturias en 1934. Estos sucesos afectaron a su manera de expresarse plásticamente, su pintura se hizo más social y revolucionaria. Al descubrir que el neocubismo no podría reflejar su preocupación social, se alejó de él y se aproximó más al expresionismo, sin abandonar el surrealismo. Su obra uniría ambos conceptos dentro del prisma social, tan importante para el pintor en estas fechas.

Al llegar la Guerra Civil, Antonio Rodríguez Luna se dedica al arte de la ilustración, en el que refleja las fatídicas consecuencias de la guerra. Fundamentalmente, realizó dibujos para algunas revistas como “Mono Azul”; importante en este mismo sentido fue su serie “Diez y seis dibujos de guerra”,  que luego fueron recogidos en un álbum editado por “Nueva Cultura” en Valencia en 1937. En este libro aparecen algunos dibujos como “Octubre español”, “1934”, “Cárcel de Oviedo”, “el Ejército Nacional”, “Ellos también dan tierra a los campesinos”, “¡Todos en pie contra el fascismo!”, etc. Dibujos de gran crítica social, ironía y sátira contra el fascismo. En estos dibujos se aprecian la soledad, la tristeza, la rabia, el dolor, la muerte, el oscurantismo y el horror de la guerra.

Evidentemente, no dejó de pintar durante este periodo; la prueba se encuentra en las obras realizadas para el Pabellón Español en la Exposición Internacional de París del año 1937. En esta muestra participó con dos óleos titulados “Bombardeo de Colmenar Viejo” y “Composición con figuras”. Recordemos que allí es donde Picasso expuso su obra “Guernica”.

En febrero de 1939, Rodríguez Luna cruza la frontera francesa y poco tiempo después lo harán su mujer, Teresa de la Serna, y su hijo Antonio.

Luna estuvo 40 días en el campo de refugiados de Argeles-Sur-Mer. Salió de allí gracias a la gestión de Picasso y Miró11. Después estuvo en París, para marchar hacia Méjico mediado 1939. a donde fue invitado por el gobierno del Presidente Cárdenas, que también acogió a un gran número de españoles. La cifra rondó los 30.000, entre los que había muchos intelectuales y artistas.

Se acomodó rápidamente al panorama plástico del país, trabajando con el pintor David Alfaro Sequeiros, uno de los tres grandes muralistas mejicanos; los otros dos fueron Diego Rivera y José Clemente Orozco, en el mural del Sindicato de los Electricistas. Este trabajo lo hizo en colaboración con otros dos creadores españoles, Josep Renau y Miguel Prieto, también exiliados.

Siqueiros fue el primero que lo apoyó, pues al principio los artistas españoles no fueron bien recibidos por los muralistas, por el amenazante peligro que suponían, debido a que era elevado el número de artistas que llegaron a Méjico y que además traían un referente europeísta contra el que luchaba la pintura mejicana.

Este año realizó su primera exposición en Méjico en la “Galería de Arte Mejicano Inés Amor”, con gran éxito y obtuvo una beca del Colegio de Méjico, que le publicó algunos aguafuertes. Su obra se vinculaba al expresionismo intentando conectar con el mejicanismo, aunque pronto volverá a recoger sus raíces españolas.

Unos años después, ya asentado en este país, se le concede una de las becas más importantes, la de la Fundación Guggenheim, viajando a Nueva York (Estados Unidos). En este país estuvo dos años y expuso en algunas galerías de Washington y Nueva York. A partir de esta fecha se pone en contacto con el arte norteamericano, del que posteriormente tomará algunas pautas.

Regresa a Méjico en el año 1943 y en esta fecha es nombrado profesor de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos en la capital. Desde este privilegiado lugar formó e influyó a un gran número de artistas, que fueron componiendo una nueva generación de arte mejicano.

A la vez que educaba a esta generación de artistas, el propio Luna fue realizando un cambio en su estética, cercana a la abstracción con leves toques figurativos, alejándose del expresionismo y de los temas sociales, que tanto le habían interesado entre los años treinta y cincuenta.

Los años sesenta y setenta fueron de soledad para el pintor, los grandes amigos que lo habían acompañado en el exilio fueron muriendo: 1955, José Moreno Villa y Miguel Prieto; en 1967, Pedro Garfias; en 1968, León Felipe y por último, en 1976, Juan Rejano, muerte que le afectó profundamente, debido a la gran amistad que les unía.

Este sentimiento de soledad le impulsa a pensar en su retorno, pero durante un tiempo fue difícil, debido a problemas familiares y económicos –muerte de su segunda esposa, Alice Von Stoberl, y la enfermedad de su hijo Daniel; asuntos de divisa, etc. Aunque a partir de 1976 viajó a España en distintas ocasiones, por ejemplo, en noviembre de 1976 cuando inauguró una muestra suya en la Galería Juana Mordó.

El regreso de Rodríguez Luna a su ciudad natal se produjo unos años después, en la década de los 80. En 1981 Luna realiza una donación de obras de su última etapa, inaugurándose en 1982 el museo en la ermita de San Jacinto.

En 1983 es nombrado Hijo Predilecto y poco después se le concede la Medalla de Oro de la ciudad, además de dedicarle una calle.

Antonio Rodríguez Luna murió en 1985, en Córdoba, siendo enterrado en Montoro.

Su Obra

Rodríguez Luna es una de las figuras claves en el proceso renovador, siendo uno de los pioneros del Surrealismo en España para posteriormente sufrir una de las más fructíferas evoluciones, primero hacia el realismo crítico cercano a su compromiso político, pues fue uno de los artistas participantes en la Exposición Internacional de París; luego en los años del exilio hacia la nueva figuración, evolucionando en sus últimos años hacia la abstracción.

De una manera muy somera Fernando Martín nos indica cual es la evolución del artista, pero creemos que es necesario añadir algunas cuestiones sobre estas etapas del artista montoreño.

Antes de 1934 su obra se decanta según algunos hacia la línea de la Escuela de Vallecas unido a cierto surrealismo que extraía sus raíces del paisaje castellano. Es la época que él había definido como de cercanía con la naturaleza y que otros la habían denominado de realismo mágico o de unión entre el surrealismo y el neocubismo. Son creaciones cercanas a la naturaleza, en donde el hombre forma parte de este universo.

La llegada del año 1934 fue revolucionaria en todos los sentidos. Marcó una época de España y también a sus creadores. Rodríguez Luna no fue una excepción.

La revolución asturiana de octubre de ese año convirtió a Luna en un artista interesado por la temática social, crítico con lo que estaba sucediendo en España en aquellos años. Su pintura de esta época compendia el sentimiento trágico español de la realidad. En ella aúna el expresionismo más atroz con un registro surreal, por su injustificable razonamiento social y político.

Entonces su obra migra desde el neocubismo hacia el expresionismo, pues descubre que el neocubismo no podía ofrecerle la vertiente social que le aportaba de hecho el expresionismo. Evolucionará hacia el realismo social y revolucionario. Este estilo es el que seguirá dominando durante el periodo de guerra, en el que fundamentalmente se convirtió en ilustrador de revistas e incluso realizó el álbum “Diez y seis dibujos de guerra”, que en plena guerra civil publicó una editorial valenciana.

Durante la posguerra no deja este estilo, mostrando la España del destierro: por ejemplo, entre 1945 y 1955 realizó la serie “Españoles derrotados”, en la que refleja el patético exilio del final de la guerra. Durante la década de los años 50 alternará este estilo con cierto intimismo mucho más lírico, como en la serie “Música en silencio” (1950).

Poco a poco va olvidando ese malestar social que mantuvo alerta durante los años 30 al 50, volviendo a unas raíces más líricas, más espirituales, comienza a volcarse en el estudio del individuo aislado de la miseria humana. Su obra sigue dentro del figurativismo, pero ahora las formas se geometrizan e incluso se enmascaran dentro de la propia geometría y en muchos casos revelan la soledad del individuo.

A partir del año 69 se le puede comenzar a llamar abstracto, pero no realizará una obra puramente abstracta, siempre tendrá algún elemento que nos acercará a la realidad palpable. Durante unos años el figurativismo geometrizante y la abstracción con puntuales referencias figurativas se van a ir alternando, siendo en los años setenta cuando su obra se transforma en abstracta, pero sin olvidar los elementos de la realidad, que van a continuar hasta el final de sus días.

Quizás otras palabras suyas nos darán la clave de este pensamiento: “La importancia de un cuadro radica en la intensidad de la emoción que expresa. Algunos pintores imitan la pintura de los museos y creen por ello hacer buena pintura, sin llegar a penetrar en el espíritu que el pintor llevó al cuadro”.

Como hemos dicho su obra a partir de los setenta se convertirá en una pintura de calidades, abstracta, pero con referencias a objetos cotidianos. Esa mezcla de abstracción y figuración le dará su marchamo específico. Es la época en que se aprecia la influencia de la abstracción americana, que había estudiado en la obra de Pollock, Rothko, etc. En sus creaciones hay cierta influencia de los campos de color de este último, pero con otra filosofía, otro estudio de la forma, el color y la composición. Esta es la obra que mostró en los años setenta en la Galería Juana Mordó de Madrid (1976), la primera vez después de la guerra que Luna mostraba su obra en España; y esta es la etapa de la que existe en su museo de Montoro.

Juan Rejano, poeta y amigo del pintor, comentó de su pintura: “Para Luna el arte es continuidad y no improvisación constante: un patrimonio común donde los hombres van dejando, con mayor o menor fuerza, algo de su espíritu”.

Tiene Antonio Rodríguez Luna una evolución muy rica, pero en la que hay una continuidad. En Luna esta continuidad va a estar situada en la importancia que le da a la forma y al color dentro de una composición equilibrada; sus obras no dejan de un lado estos aspectos y cuando no hay color, como en sus dibujos, la composición no deja de estar equilibrada y no pierde la fuerza característica; lo mismo ocurre cuando se hace abstracta: el color y la composición organizan las formas.

En palabras del propio pintor, no se empieza a pintar en serio hasta que se comienza a encontrar el estilo propio. El oficio de la pintura es bastante difícil de aprender y toma toda una larga vida. Sin él no se puede hacer nada, pero por sí solo, no basta para hacer buena pintura. Lo más importante es el espíritu que el pintor le dé al cuadro, y lo que diga su obra toda”.

Antonio Rodríguez Luna (derecha) junto a su amigo el poeta Juan Rejano (izquierda), en una exposición del pintor. Fotografía perteneciente a la familia de Juan Rejano.

 

Obra En El Museo Antonio Rodríguez Luna

En la sala Pintor Rodríguez Luna se encuentran obras realizadas entre 1973 y 1980. La donación se realizó en 1981 y el museo fue inaugurado en 1982, tras la intervención del arquitecto Daniel Rodríguez en la ermita para adecuarla a su nueva función.

En su mayoría están realizadas en óleo sobre lienzo y son de grandes proporciones. Algunas de estas obras fueron mostradas en la exposición de la Galería de Juana Mordó de Madrid: Paloma, Composición horizontal, Negro, blanco y amarillo o Naturaleza muerta, son algunos de ellos.

Primera sala

Primera Sala

Segunda Sala

Segunda Sala

Tercera sala

Tercera Sala